domingo, 2 de diciembre de 2007

Un viaje de placer

Como todos los años, ella cogió el autobús para ir a pasar la navidad a casa. Era un trayecto largo, y por aquellas fechas se volvía más insoportable, debido a que todas las plazas solían estar ocupadas y ella odiaba tener que sentarse al lado de algún extraño.

Al llegar a su plaza, se sintió frustrada, había alguien en su asiento. Ella había pedido ese expresamente. Era una manía irremediable, siempre tenia que ir ahí. Pero esta vez un hombre iba a arruinar su viaje.

-Esto…perdone…
-Si??

El se volvió para mirarla y le sonrió.

-Lo siento señorita. Esta es su plaza, ¿verdad? Yo pedí pasillo, pero como los números no están y no había nadie, aproveche para echar un vistazo por la ventana. Espere, que me levanto para que pueda pasar…

Ella se quedó boquiabierta. Nunca le había sido tan fácil recuperar su asiento. Además él la había impresionado. Su dulce e intensa voz, sus grandes ojos, su sonrisa formada por esos labios carnosos…

Ella se sentó en su asiento, confundida e irritada por su comportamiento. No tenia trece años, no podía sonrojarse como una colegiala.

Se acomodó y miró por la ventana, tratando de vaciar su mente de pensamientos estupidos, pero no podía, el la estaba mirando. De una forma calida y penetrante.

Se giró. Tenia que decirle algo. Sacar las uñas. Demostrar quien mandaba. Pero justo cuando abrió la boca, él comenzó a hablar.

-¿Ha ido usted muchas veces al Norte? Yo es la primera vez que voy, tengo muchas ganas de llegar, dicen que es tan verde…me muero de impaciencia, pero son muchas horas aun de camino, seguro que es un viaje muy pesado, ¿Me equivoco?

-No…no se equivoca, se hace pesadísimo.

El siguió hablando y poco a poco ella fue sintiéndose a gusto.

Después de varias horas, y bien entrada la noche, decidieron dormir un rato para recuperar energías. En un descuido, el paso su mano rozando el muslo, haciendo que a ella se le erizara la piel.

-¿Tienes frió? Bueno espera, tengo una manta, nos taparemos los dos con ella.

Como la manta y los asientos no eran muy amplios, el la invito a apoyarse en su hombro y ella acepto. Lentamente, el comenzó a acariciarle el brazo. Rozándole levemente el pecho, pero lo suficiente como para que sus pezones empezaran a endurecerse.

Al ver que ella no rechazaba sus caricias, el se atrevió a más. Bajó su mano hasta apoyarla sobre el muslo de ella, y empezó a acariciarlo insinuantemente. Al sentir la mano, ella ladeó un poco la pierna para que la palma de la mano de su seductor acompañante se deslizara hacia el interior. Él acepto aquella insinuación y comenzó a acariciarla rumbo a la entrepierna.

El reclinó los asientos y aprovechó la nueva posición, mucho más cómoda, para deslizar su mano por el vientre de ella, que empezaba a respirar entrecortadamente demostrando así el fuego que se encendía es su interior.

Poco a poco la mano fue progresando, primero para pasar por debajo de la falda y luego para atravesar la barrera que suponían las bragas. Las caricias se fueron convirtiendo en ligeros masajes de la palma de la mano sobre el pubis.

Ella con los ojos cerrados se dejaba hacer. Ahogando sus gemidos e intentando no moverse, para no despertar las sospechas de los pasajeros de alrededor.

Luego separo las piernas y dejo que el dedo índice siguiera descendiendo para acariciar los labios de su vagina y encontrarse con el clítoris inflamado. El primer contacto le transmitió una descarga eléctrica que supo controlar sin emitir ningún sonido. Un masaje lento y circular que apenas se adivinaba debajo de la manta la fue transportando despacio hacia su éxtasis.

Él, mientras tanto, se había bajado la cremallera para liberar su miembro erecto y duro. De inmediato ella dirigió su mano hacia el congestionado pene, quería tenerlo en sus manos. En cuanto sus dedos se cerraron sobre el empezó a acariciar esa piel tensa arriba y abajo.

La mutua masturbación solo duró algunos minutos. Habían llegado a ese punto en el que la excitación es tan fuerte e irreversible que invita a saciarla, sea donde sea.

Ella, siempre cubierta por la manta, se giró y quedó mirando hacia la ventanilla, dándole la espada a su acompañante. Doblada sobre si misma y con las piernas en el asiento, le ofrecía las nalgas.

Él también giró y se acomodó de manera que su pecho quedó pegado a la espalda de ella, con la boca podía besar su nuca y morder sus orejas. Su sexo apuntaba a una penetración trasera.

Mientras ella se acariciaba los pechos metiéndose las manos debajo de la camiseta, él desplazaba la mano a ciegas bajo la manta. Tras acabar de levantar la falda, guió a su pene a través del canal de los glúteos, hasta encontrase con los labios vaginales inflamados y húmedos.

Al sentir el contacto, ella empujó las nalgas hacia atrás y el glande se introdujo entre los labios. Él terminó de completar la penetración con un empujón disimulado, haciendo como si se sentara mejor.

Unidos como estaban, comenzaron una danza casi imperceptible. Ella elevaba y bajaba las caderas, mientras contenía los gemidos en su garganta. Él, mientras que con una mano acariciaba el clítoris moviendo los dedos de un lado a otro, con la otra se había aferrado a la cadera de ella para asegurar la sincronización y no perder el ritmo a pesar del movimiento del autobús.

Así juntos, como fundidos bajo la manta, encontraron un orgasmo suave y prolongado.


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