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¿Cómo podía haber pasado? Soy un torpe. Solo yo podía clavarme un cuchillo en el brazo. Solo yo podía perder tanta sangre con eso. Gracias a dios había llegado pronto al hospital.
Estaba esperando a que una enfermera me trajera una silla de ruedas, pero era la sanidad pública, tendría que esperar bastante.
Entonces la vi. Su melena rizada del color del fuego se agitaba al andar. Su pálida piel que hacia un contraste perfecto con su pelo y sus carnosos labios rosados. Sus ojos de un azul tan profundo que me hacían creer que podría hundirse en ellos.
Era mi enfermera. Ella se lo había dicho. Mi…enfermera.
Ella muy amablemente, me ayudó a sentarme en la silla se ruedas. Normalmente no me gustaba que los demás me ayuden, pero esta situación era diferente. Iba a ser atendido por un ángel del fuego.
De camino a la sala, fuimos hablando, se suponía que eran cosas banales que me hicieran olvidar mi corte, pero yo hacia mucho rato que lo había olvidado.
La sala era compartida, estaba dividida en 8 partes por biombos, pero compartida. Aunque a mi eso no me contendría. El medico aun no había llegado. Y antes que yo había otros 7, ya que mi cubículo era el del final. Con suerte tendría tiempo de sobra para lo que estaba cuajándose en mi mente.
Cuando por fin ella se acercó con intención de curarme la herida, aproveche. Y haciendo como que no me daba cuenta, acaricié con el dorso de la mano el interior de aquel suave muslo.
Ella me sonrió. Lo que me dio pie a continuar. Total, no perdía nada por intentarlo, lo único que podía hacer era ganar.
Con la palma de la mano, empecé a acariciarla entre los muslo, subiendo cada vez más, pero sin llegar a pasar de la ingle. Ella cerró los ojos, no se quejaba. Así que a la quinta caricia me introduje entre sus bragas y juguetee con sus rizos.
Pareció una señal, porque de inmediato ella alargo su mano hacia mi paquete y empezó a frotarlo por encima del pantalón. Ella me estaba incitando abiertamente a seguir. Y acepte. Y para que no quedaran dudas recorrí con un dedo la humedad de su sexo…Con suaves caricias hacia arriba y hacia abajo, deteniéndome a veces en su clítoris, la fui llevando al extremo.
En un momento dado, ella desabrocho mi pantalón, liberando mi pene. Y empezó a masturbarlo frenéticamente. Fue el gesto que yo necesitaba para introducir mis dedos en su calida abertura. Primero uno, luego dos. Cada vez más rápido y más profundo.
Ella se inclino y paso la lengua un par de veces por mi glande, mientras baja la camilla.
De un manotazo, me aparto la mano. Y con un gesto rápido, y apoyándose en las barandillas se coloco a horcajadas encima mía.
Primero empezamos a rozar nuestros sexos frenéticamente mientras nos besábamos. Pero poco a poco, me fui introduciendo en su cuerpo. Hasta que con un movimiento, ella lo introdujo hasta el fondo.
Así, con ella apoyada en las barandillas moviéndose de arriba abajo, mientras yo acariciaba su clítoris; fuimos llegando a un orgasmo salvaje, que crecía con el morbo de sabernos rodeados de gente.
Cuando el medico apareció por la abertura del cubículo, ella se esmeraba en limpiar el material quirúrgico, mientras yo leía la prensa...
Como todos los años, ella cogió el autobús para ir a pasar la navidad a casa. Era un trayecto largo, y por aquellas fechas se volvía más insoportable, debido a que todas las plazas solían estar ocupadas y ella odiaba tener que sentarse al lado de algún extraño.
Al llegar a su plaza, se sintió frustrada, había alguien en su asiento. Ella había pedido ese expresamente. Era una manía irremediable, siempre tenia que ir ahí. Pero esta vez un hombre iba a arruinar su viaje.
-Esto…perdone…
-Si??
El se volvió para mirarla y le sonrió.
-Lo siento señorita. Esta es su plaza, ¿verdad? Yo pedí pasillo, pero como los números no están y no había nadie, aproveche para echar un vistazo por la ventana. Espere, que me levanto para que pueda pasar…
Ella se quedó boquiabierta. Nunca le había sido tan fácil recuperar su asiento. Además él la había impresionado. Su dulce e intensa voz, sus grandes ojos, su sonrisa formada por esos labios carnosos…
Ella se sentó en su asiento, confundida e irritada por su comportamiento. No tenia trece años, no podía sonrojarse como una colegiala.
Se acomodó y miró por la ventana, tratando de vaciar su mente de pensamientos estupidos, pero no podía, el la estaba mirando. De una forma calida y penetrante.
Se giró. Tenia que decirle algo. Sacar las uñas. Demostrar quien mandaba. Pero justo cuando abrió la boca, él comenzó a hablar.
-¿Ha ido usted muchas veces al Norte? Yo es la primera vez que voy, tengo muchas ganas de llegar, dicen que es tan verde…me muero de impaciencia, pero son muchas horas aun de camino, seguro que es un viaje muy pesado, ¿Me equivoco?
-No…no se equivoca, se hace pesadísimo.
El siguió hablando y poco a poco ella fue sintiéndose a gusto.
Después de varias horas, y bien entrada la noche, decidieron dormir un rato para recuperar energías. En un descuido, el paso su mano rozando el muslo, haciendo que a ella se le erizara la piel.
-¿Tienes frió? Bueno espera, tengo una manta, nos taparemos los dos con ella.
Como la manta y los asientos no eran muy amplios, el la invito a apoyarse en su hombro y ella acepto. Lentamente, el comenzó a acariciarle el brazo. Rozándole levemente el pecho, pero lo suficiente como para que sus pezones empezaran a endurecerse.
Al ver que ella no rechazaba sus caricias, el se atrevió a más. Bajó su mano hasta apoyarla sobre el muslo de ella, y empezó a acariciarlo insinuantemente. Al sentir la mano, ella ladeó un poco la pierna para que la palma de la mano de su seductor acompañante se deslizara hacia el interior. Él acepto aquella insinuación y comenzó a acariciarla rumbo a la entrepierna.
El reclinó los asientos y aprovechó la nueva posición, mucho más cómoda, para deslizar su mano por el vientre de ella, que empezaba a respirar entrecortadamente demostrando así el fuego que se encendía es su interior.
Poco a poco la mano fue progresando, primero para pasar por debajo de la falda y luego para atravesar la barrera que suponían las bragas. Las caricias se fueron convirtiendo en ligeros masajes de la palma de la mano sobre el pubis.
Ella con los ojos cerrados se dejaba hacer. Ahogando sus gemidos e intentando no moverse, para no despertar las sospechas de los pasajeros de alrededor.
Luego separo las piernas y dejo que el dedo índice siguiera descendiendo para acariciar los labios de su vagina y encontrarse con el clítoris inflamado. El primer contacto le transmitió una descarga eléctrica que supo controlar sin emitir ningún sonido. Un masaje lento y circular que apenas se adivinaba debajo de la manta la fue transportando despacio hacia su éxtasis.
Él, mientras tanto, se había bajado la cremallera para liberar su miembro erecto y duro. De inmediato ella dirigió su mano hacia el congestionado pene, quería tenerlo en sus manos. En cuanto sus dedos se cerraron sobre el empezó a acariciar esa piel tensa arriba y abajo.
La mutua masturbación solo duró algunos minutos. Habían llegado a ese punto en el que la excitación es tan fuerte e irreversible que invita a saciarla, sea donde sea.
Ella, siempre cubierta por la manta, se giró y quedó mirando hacia la ventanilla, dándole la espada a su acompañante. Doblada sobre si misma y con las piernas en el asiento, le ofrecía las nalgas.
Él también giró y se acomodó de manera que su pecho quedó pegado a la espalda de ella, con la boca podía besar su nuca y morder sus orejas. Su sexo apuntaba a una penetración trasera.
Mientras ella se acariciaba los pechos metiéndose las manos debajo de la camiseta, él desplazaba la mano a ciegas bajo la manta. Tras acabar de levantar la falda, guió a su pene a través del canal de los glúteos, hasta encontrase con los labios vaginales inflamados y húmedos.
Al sentir el contacto, ella empujó las nalgas hacia atrás y el glande se introdujo entre los labios. Él terminó de completar la penetración con un empujón disimulado, haciendo como si se sentara mejor.
Unidos como estaban, comenzaron una danza casi imperceptible. Ella elevaba y bajaba las caderas, mientras contenía los gemidos en su garganta. Él, mientras que con una mano acariciaba el clítoris moviendo los dedos de un lado a otro, con la otra se había aferrado a la cadera de ella para asegurar la sincronización y no perder el ritmo a pesar del movimiento del autobús.
Así juntos, como fundidos bajo la manta, encontraron un orgasmo suave y prolongado.
Ya lo estaba haciendo otra vez. El no era capaz de reconocerlo, pero ella sabia que le encantaba. ¿Por que razón sino iba a hacerlo cuando pensaba que ella no miraba? Que ingenuo era...volvía a creer que dormía.
Aunque si era sincera consigo misma, a ella también le gustaba esa especie de ritual. Cuando el la miraba así, era capaz de sentir el calor de sus manos acariciándola. Estaba excitado, y eso la hacia sentirse bien, especial.
Entonces se le ocurrió. Casi no podía aguantarse la sonrisa, pero lo divertido era que el no sabia nada. No se podía dejar pillar.
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Ella dormía. Tumbada bocabajo. Le encantaba verla así, parecía tan inocente. Las morenas ondas de su pelo le caían por la espalda y cubría parte de su cara.
No podía dejar de mirarla. Estaba muy excitado. Casi no se podía controlar. Pero sabía que si era paciente obtendría su recompensa.
Y entonces ella se movió. Sus piernas formaron un ángulo que destrozó sus nervios. En esa postura ella le dejaba ver su rosado sexo.
Iba a explotar. Sus nervios no acuantiarían mucho tiempo. Estaba empezando a imaginarse cosas. Le parecía que ella estaba mojada. Incluso le pareció ver una sonrisa en su inocente cara, ¿o no era imaginario?
Entonces ella se incorporo. Su pelo alborotado, su postura, la forma en que se frotaba sus soñolientos ojos. Todo parecía indicar que ella acababa de despertar. Todo menos ese brillo pícaro en sus ojos.
¡Aquella pequeña zorra le había provocado a propósito! Se levanto bruscamente, y fue hacia ella. Iba a darle una lección. Una muy placentera que no olvidaría con facilidad.
Pero al ponerse en pie se cercioró de su error. La cara de ella se iluminó. Y su mirada se centro en su erecto miembro. Evidentemente había conseguido lo que buscaba.
Aquella mañana ella también quería guerra.
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El se dejó caer en el sillón. Quería jugar. Ella le conocía bien. Por eso se acerco. Muy lentamente. Tan despacio como se arrodillo entre sus piernas. Y en contra de lo que el esperaba, se abrazo a su cintura
El empezó a acariciarle el pelo. Se estaba impacientando. Ella se excitaba al saberlo ansioso. Pero la excitaba mas escucharlo gemir. Por eso rozo levemente, fu falo, con la boca. Solo lo suficiente para ver como se hinchaba, buscando mas roces.
Levantó la cabeza. Y entornando los ojos le sonrío.
Mientras se recogía el pelo hacia un lado, para incrementar el campo de visión de el, apoyó sus pechos en su miembro. Sabia que ese contacto le haría hervir la sangre.
Pero ya no podía hacerle esperar más. Ya no quería que esperara más. Así que con una suave caricia, y sin apartar sus pechos, recorrió con su lengua la larga dureza que sostenía entre las manos. El se estremeció. Y ella no puedo hacer nada para no sonreír.
Repitió esta operación un par de veces más. Para al final, metérselo por fin en la boca. Mientras chupaba, su lengua se entretenía en la cabeza de su sexo. Le encantaba sentirlo bombear en su boca.
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Ya no aguantaba más. Se iba a volver loco. La cogió por los hombros, y se incorporaron a la vez. La empujó contra la pared. Y miro su cara, llena de anhelo mientras Se acercaba lentamente. Ahora iba a sufrir ella.
Pasó lentamente su mano por todo su cuerpo. Estaba cliente y sudoroso. Estaba mojada. Y eso le ponía.
Cogió sus pechos con sus grandes manos, y mientras a uno lo masajeaba y pellizcaba. Se acerco el otro a la boca. Paso su lengua en círculos, sin rozar el pezón. Una y otra vez. Ella temblaba. No se aguantaría en pie mucho más. Por eso en un descuido de ella, succionó el pezón y ella gimió de placer.
-¿Te gusta verdad? ¿Estas caliente y mojada, cierto?
Ella alzó su cara en un gesto mitad orgulloso y mitad reto.
El la llevo a la cama. Y la tumbo bocabajo. Eso la volvería loca. A ella le gustaba dominar. Le ato las manos. Para remarcar quien llevaba las riendas de ese juego. Le gustaba sentirla indefensa e impotente debajo de su cuerpo.
Coloco un cojín en su estomago para tener un mejor acceso. Y se puso manos a la obra.
Se coloco entre sus piernas. Con la cabeza de su verga a la entrada de la humea y cálida cueva. Ella se estremecía de impaciencia, no se imaginaba cuanto esta disfrutando el viéndola así...suplicante
Paso un brazo por delante de ella, tanteando entre su suave pubis, hasta que encontró el punto que buscaba. Y mientras empezaba a acariciar ese monte de placer, se reclino poco a poco hacia delante, penetrándola con suavidad.
Cuando llego hasta el fondo, se paro. Empezó a besarle el cuello, la espalda, los hombros, las orejas. Y en un rápido movimiento la volvió a empalar.
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El la estaba castigando. La estaba haciendo sufrir. Quería oírla gemir. Suplicar. Revolverse. Y como siguiera así lo conseguiría. Ella no era precisamente de piedra. Y él sabía como hacer que ella se rindiera.
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-Por favor....
-¿Que? ¿Ahora si hablas? ¿Que te pasa, no aguantas mas? ¿Estas caliente como una perra, verdad? Venga, atrévete a negarlo.
-No...
-¿No, que? ¿No lo niegas? ¿No estas caliente?
El volvió a embestirla
-No lo niego...
Mientras hablaban él le recorría el cuello con la lengua, ella se estremecía y luchaba por conseguir más
-Muy bien putita...pues si quieres más, si quieres que te de lo que te gusta, vas a tener que pedirlo...por favor.
Metió la lengua en su oreja.
-Por favor...
-No, no. Así no. Tienes que decir: "Por favor, follame de una vez, que no aguanto mas"
-Yo no...Puedo...
Otra embestida más. Ella no se resistiría durante mucho tiempo.
-¿NO? ¡Que pena! Por tus gemidos juraría que es lo que quieres, que te folle salvajemente.
Con la punta empezó a inspeccionar los contornos de la húmeda hendidura...
-¡Por favor…, follame....no aguanto más!
-Lo que tú digas, cielo.
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El empezó a acelerar el ritmo. Cada vez más rápido. Pero sin dejar de acariciar su clítoris. Ni de respirar en su oreja.
Ya le faltaba poco. Pero el no quería que acabara así. Aun no. Se separó. Y un gruñido de desaprobación salio de los labios de ella.
-Tranquila cariño, ahora vuelve lo bueno.
Al parecer ella lo entendió, porque aunque su rostro reflejaba sorpresa, en sus ojos brillaba la chispa del placer. Después de tanto tiempo el sabia lo que le gustaba. Así que la volvió. La tendió sobre su espalda. Y aun con las manos atadas, le abrió las piernas.
Y la observo. No solo su cara. Sino como se le erizaba la piel. Como se humedecía los labios resecos. Y su sexo, rosado, húmedo y palpitante.
La iba a hacer gritar.
Se acomodó entre sus piernas y miro fijamente, mientras jugaba con los pocos rizos que ella se había dejado, tal y como le gustaba a el. Hizo un reconocimiento con la mano, solo rozando, todo, pero rozando. Se entretuvo en la húmeda entrada. Y jugó a rodearla.
Ella se estaba poniendo histérica. Se excitaba y eso la volvía impaciente. Sin previo aviso comenzó a lamerla mientras la penetraba con los dedos.
Empezó a entrecortársele la respiración. Gemía. Se revolvía. Alzaba las caderas buscando profundidad y contacto. Su interior empezó a palpitar ferozmente. El estaba tan excitado que pensaba que iba a estallar con ella. Pero aun les quedaba rato para terminar.
Con un grito, señalizo el momento en el que alcanzo la cumbre.
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Acababa de ver el cielo. Casi no podía respirar, pero no iba a tener tiempo de descansar. Se incorporó rápidamente. Seguro que le pillaría por sorpresa.
Se puso a horcajadas encima de el. Seguro que estaba cansado. Ella debía terminar el trabajo. El ya había echo su parte…y bastante bien…
El la observo con mirada interrogativa. Pero ella ni se inmuto. Fue al grano. Cogió su largo y duro y lo adentro en su cuerpo. Acogiéndolo en su interior. Apretándolo para no dejarlo escapar. El la llenaba por completo.
Y se movió. Hacia delante, y hacia atrás. Hacia arriba y hacia abajo. Hacia cualquier lugar que volviera la respiración de el mas fuerte. Y cada vez un poco más rápido. Y más. Y más. Hasta que volvió a palpitar su interior. Y el gimió.
Mantuvo el ritmo. Rápido. Acompasado. Delirante. Placentero
Y él empezó a temblar. El fin estaba cerca. Ese placer que les alcanzaba a los dos. Al mismo tiempo. Al final del túnel se veía una luz cegadora…
Sintió como el se derramaba en su interior. Era una sensación tan placentera, no había nada que se le pareciera.
Ella se dejo caer encima de el. Agotada. Su suave, oscuro y ondulado pelo les envolvió a ambos… Se abrazaron y se durmieron. Cansados, desahogados y sonrientes…